Rafael
Tomás Caldera:
“Es preciso construir
un nuevo
consenso en Venezuela”
Palabras de Rafael Tomás Caldera en la presentación del foro “El reto
del desarrollo en Venezuela”, celebrado el pasado jueves 23 de marzo
en el Centro Cultural Chacao, con ocasión de los 50 años de la Encíclica Populorum Progressio.
El foro contó con la presentación del
Dr. Raúl González Fabre y los
comentarios de los doctores Arnoldo José
Gabaldón, Guillermo Aveledo Coll y Manuel Toledo.
Al hablar de teoría política, el nombre
de Platón es vinculado enseguida a la figura del filósofo rey que nos propuso
en su diálogo sobre la República.
Su legado permanente no consiste sin
embargo en que los filósofos —menos aún los profesores de filosofía— hayan de
gobernar, sino que todo gobierno exige conocer el bien humano para poder
acertar en la acción.
En tiempos de desconcierto resulta de
mucha importancia volver a la primaria consideración del bien común de la
sociedad. Por eso hemos juzgado oportuno este encuentro en el cincuenta
aniversario de la carta Populorum progressio, sobre la necesidad de
promover el desarrollo de los pueblos, dada a la luz el 26 de marzo de 1967 por
el egregio pontífice Pablo VI.
Cuando se pondera que, según
cifras recientes, la América Latina en su conjunto ha retrocedido en la
lucha contra la pobreza. Cuando, al mismo tiempo, el flagelo de la corrupción
parece afectar a muchos de los gobiernos de la región. Cuando las iniciativas
de presente no parecen garantizar un mejor futuro inmediato, podemos concluir
que hemos extraviado el rumbo. Pero no es posible que el
nuestro sea el continente de la esperanza perdida.
El caso de Venezuela es más
grave. La condición a la que hemos llegado tiene que sacudir la conciencia de
todos. Vivimos una situación que no es el resultado de alguna calamidad natural
—como una sequía prolongada o una catástrofe sísmica—, ni tampoco de esa fantasiosa
‘guerra económica’. Es el resultado directo de la acción del grupo que se
adueñó del poder en nuestro país.
Venezuela construyó una democracia,
ejemplo en el Continente, cuando junto a las fórmulas políticas y, en
particular, al esfuerzo sostenido por mantener el consenso, la dirigencia del
país —dirigencia política, económica, social y cultural— tuvo la preocupación
constante de lograr nuestro desarrollo.
Venezuela perdió su democracia cuando
dimos la espalda a la pobreza, a la marginalidad, al asentamiento de las
familias, al trabajo, al crecimiento de la clase media; cuando, preocupados tan
solo de fórmulas electorales, y con el espejismo de una riqueza fácil, dejamos
de lado el verdadero progreso de la sociedad.
Pudo aparecer entonces, bajo la máscara
de la misma democracia y en el nombre de un pueblo que debía por fin participar
de la presunta riqueza nacional, la vieja sombra del caudillo militar,
desconocedor de la vida civil, ávido de mando y acaso de riqueza, cuyas
decisiones, una tras otra, llevarían a desmontar toda la vida institucional fatigosamente
construida.
Es preciso ahora retomar el rumbo. Es
preciso, sobre todo, volver a la firme convicción de que no es posible edificar
un país sin una atención primordial a las personas. Sin empeñarse en el
desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres.
Con la publicación de la Populorum
progressio, un llamado resonó con fuerza en las conciencias. Era urgente
emprender las reformas para asegurar a la mayoría de la humanidad, pobre y
atrasada, condiciones de vida más humanas. El eco de la palabra del papa Pablo
VI llegó lejos. Fue capaz de poner en marcha muchas iniciativas para impulsar
programas de desarrollo y, al mismo tiempo, dio una orientación clara a la
actividad.
Como lo ha podido resumir el papa
Benedicto XVI, el mensaje central de la Populorum progressio,
válido hoy y siempre, es que “la verdad del desarrollo consiste en
su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el
verdadero desarrollo”.[1]
Por otra parte, “en la Populorum progressio —de
nuevo Benedicto XVI—, Pablo VI nos ha querido decir, ante todo, que el
progreso, en su fuente y en su esencia, es una vocación: ‘En
los designios de Dios, cada hombre está llamado a promover su propio progreso,
porque la vida de todo hombre es una vocación’.”[2]
Hablar del desarrollo como vocación es
indicar que se trata de una tarea para la libertad humana. No el resultado, más
o menos inevitable de un impulso o de fuerzas mecánicas. Una llamada. La
llamada de los valores, que nos convoca a empeñar con generosidad nuestras
capacidades para realizar el bien de cada uno y el bien de todos.
Así, resulta claro que no podemos
propiciar fórmulas políticas y económicas en las cuales se deje a un lado a las
personas, ese valor intangible de la persona humana.
Se habla del pueblo, de inclusión;
pero se permite que niños mueran de hambre y que hurgar en la basura para
encontrar algo de comer sea una realidad cotidiana. O se diseña un
mecanismo de crecimiento económico que, en el futuro, quizá lejano, conducirá a
la prosperidad, sin dejar de citar como precedentes las horas oscuras del
inicio de la Revolución Industrial.
No se trata de negar lo de bueno que
haya en las fórmulas que puedan proponerse. Se trata de tener
el corazón y la cabeza firmemente centrados en la prioridad de la persona. Se trata, para
la dirigencia de la sociedad, de la categoría ética que Jacques Maritain pudo llamar existir con el pueblo. “No es vivir físicamente con alguien o de la
misma manera que él —explicaba—; y no es solamente amar a uno en el sentido de
querer el bien para él; es amarlo en el sentido de hacerse uno con él, de
llevar su carga, de vivir en convivencia moral con él, de sentir con él y de
sufrir con él”.[3]
Necesitamos dirigentes que sepan
consultar la conciencia antes que las encuestas. Dirigentes para quienes el
valor de cada persona esté por encima del afán de poder o de un impulso
desmedido de lucro. Las acciones, los proyectos que puedan emprenderse tropezarán
necesariamente con limitaciones, como ocurre en toda realidad. Pero la
convicción firme de que no se puede transigir con la injusticia flagrante debe
estar en el núcleo de cada planteamiento que se haga para orientar el proceso
social.
Es preciso construir un nuevo
consenso en Venezuela. Dejar atrás las diferencias. Mirar a la finalidad que da
su sentido a las acciones humanas. Cuando se tiene presente el fin
por el cual se lucha, se pueden corregir los errores, inevitables en la vida de
los hombres, y se tiene el impulso necesario para ir adelante.
Tenemos que retomar el rumbo, afirmar
con hondura nuestras convicciones, empeñarnos en la lucha por abrir caminos que
hoy parecen cerrados. Así podremos recuperar el futuro perdido, como nos lo
reclama el éxodo cotidiano de nuestros jóvenes, porque habremos sabido rehacer
en presente un país en desarrollo.
Rafael Tomás Caldera
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