SIN DESPERDICIO
Enero 28, 2014 5:58 pm Publicado
El periodista y ex
jefe de prensa de RCTV, dedicó una carta abierta al nuevo presidente de TVes,
Winston Vallenilla, tras su nombramiento como máximo responsable en el canal
del Estado.
Te conocí cuando eras apenas un
muchacho. Visitabas el canal 4 acompañando a tu papá, todo un profesional de la
locución con quien tuve la dicha de trabajar en Venevisión: todo un caballero.
Cuando llegabas con él al Departamento de Promociones para mí era inevitable
verme a mí mismo acompañando a mi padre a Radio Caracas Televisión, en los años
sesenta allá en la vieja esquina de Bárcenas a Río.
Una larga tradición de gente en el
medio había hecho de esta industria de la televisión su casa. Y naturalmente
tenía que ser así, ya que muchos de ellos pasaban más tiempo en el canal que en
el propio hogar: Charles Barry, Elisa Parejo, Mario Suárez, Daniel Alvarado,
Carmen Julia Álvarez, Papaíto Candal, José Luis Rodríguez, Lila Morillo, Jorge
Palacios, Bárbara Teide, César Granados, Roberto Hernández, Gioia Lombardini,
Diony López, tu mismo padre y el mío, entre tantos otros, vieron crecer aquí a
sus hijos, entre cámaras, micrófonos, luces y decorados de televisión.
Tu padre, Winston Vallenilla, de
hecho, le debe a esta industria mucho de lo que es hoy como persona y
profesional: desde sus primeras oportunidades como locutor, pasando por sus
éxitos como animador al lado de figuras internacionales como Tina Turner y La
Lupe, hasta sus merecidos reconocimientos como la Orden al Mérito Francisco de
Miranda en su primera clase. De ese honorable trabajador que es Winston el
viejo, debes haber sacado una buena parte de tu talento. Otro tanto debieron
hacer contigo tus maestros en esta profesión: entre ellos Elba Escobar, Javier
Vidal y José Simón Escalona. Qué decir de tus ex compañeros en RCTV Camila
Canabal, Kiara, Érika de la Vega, Rogelio Jaua, y un largo etcétera en el que
me incluyo.
Todos supimos allí de tu deseo de
superación, de tus buenas iniciativas, de tu espíritu de solidaridad, y también
de tu buena vibra hacia todos, expresada en tu talante y en esa chispa tan
venezolana que te hizo muy fácil posicionar la emblemática frase:
¡¡¡Familia!!!!
En los pasillos de RCTV y del Teatro
La Campiña todos te reconocíamos como un miembro más de la casa. Porque eso
éramos todos, Winston. No solo en Radio Caracas, sino en todos los demás
canales: una grande -y tal vez complicada- familia, que como todas, tenía sus
problemas internos, sus contradicciones, sus pequeñeces y mezquindades, claro
está. Repito: como cualquier familia.
Y si los ejecutivos teníamos que
confrontarnos a diario con muchas exigencias contractuales, no solo con las
tuyas, lo sabíamos y lo podíamos resolver, ya que todo se daba en el marco de
lo posible. Y había dinero. Y también trabajo, mística, competencia sana, amor
por lo que se hacía, compromiso sin militancia. Se respiraba libertad. Había
una política, sí, la de las puertas abiertas: se escuchaban los reclamos de la
gente y se invertía en mejorar. Había crecimiento, pues, y se le brindaba
educación, entrenamiento y formación de valores a los empleados. Esto estoy
seguro que te lo han dicho antes. Y tú lo sabes.
De modo que no es la idea ahora con
esta nota ponerse a buscar culpables para todo lo que pasó, pues ya lo único
que importa es lo que viene, ya que esa familia que había se desmembró, se
rompió. Y como toda relación que se rompe, ya no hay manera de restituirla ni
de llevarla a su integridad original. Poner de nuevo las piezas y juntarlas,
aunque se use el mejor pegamento, jamás tendrá el mismo efecto. La imagen ahora
es la de una pieza de porcelana que está quebrada por dentro. Y no me refiero
solo a la televisión, por supuesto, sino al país.
Para nadie es un secreto que hoy en
día todas las empresas, no solamente las familiares, son el vivo reflejo de las
situaciones inacabadas que traemos de casa. Llegamos a un trabajo para
encontrarnos precisamente con lo que nos hace falta mirar y labrar dentro de
nosotros para completar los ciclos inconclusos en nuestro crecimiento personal.
Y causalmente, las empresas que más
prosperan son aquellas que honran su origen, reconocen a sus fundadores y
enaltecen el esfuerzo de quienes tuvieron la iniciativa de crearla: sean ellos
mismos quienes la hayan llevado a la ruina o a la cumbre. Eso no importa. Lo
que no se puede obviar es la historia.
Por eso nuestros Libertadores
reconocieron a Colón: porque sin el Almirante no hubiese habido Venezuela. Ni
tampoco Colombia. Punto. Eso fue algo que tu Comandante no pudo comprender
jamás. Y se murió de hecho sin entenderlo. Tampoco pudo ver que su fracaso como
presidente partió justamente de no reconocer en su alma, carcomida por el
resentimiento, a quienes tuvieron el honor y a quienes les correspondió en
derecho el privilegio de antecederlo. Chávez se murió creyéndose mejor que
Carlos Andrés Pérez. Y resulta que gracias a sus errores (y también a los
aciertos de CAP), fue que llegó a Presidente un golpista fallido.
Te digo todo esto no porque tenga la
más mínima esperanza de ver a los de tu tolda política reflexionar y salir de
la oscuridad, obsesionados como están en sus fanáticas posiciones doctrinarias
unos y otros en sus posturas acomodaticias y oportunistas. No soy de la
categoría de los ingenuos voluntariosos. No me anima ningún deseo de verte
triunfar sobre las ruinas de RCTV, porque entiendo que esa empresa fantasma que
tú presides, llamada TVes, es y será siempre eso: un barco hundido. Sin ninguna
otra opción que el fracaso, porque todo lo que allí se edifique carecerá de la
más mínima estabilidad, pues siempre le faltará la estructura, la base, la
armadura de una empresa real, pues ese es un sostén que solo brinda el orden,
que se fundamenta inexorablemente en lo que vino antes.
De modo que tu nombramiento solo ha
servido para pagarte los favores recibidos, por una parte, y por la otra, para
saciar el ansia prestidigitadora de tus operadores políticos, ocupados como
siempre están en girarle el pescuezo al caballo en el escudo, en subir media
hora la franja horaria y en rotar a sus ministros como si se tratara de un
tíovivo.
A ti, Winston, te usaron con la
intención de salvar algunas plazas que le habían sido esquivas al gobierno y
como no sacaste bate, te han dado tu premio de consolación por el trago amargo
que te han hecho pasar, luego de exprimirte toda la popularidad y dejarte seco
por dentro.
Sin embargo, para ser justos, hay que
decir que esta última es tu consecuencia exclusiva. Creo que tú y todos los
saltimbanquis de tus compañeros del gremio oficialista se merecen lo que les
está pasando.
Porque a ustedes no lo persigue el
desprecio opositor. A ustedes los persigue es su propia sombra. Porque cuando
alguien decide mudarse de bando por ambición, abandonando la coherencia y la
congruencia nada más que para obtener algo, lo único que hace es intercambiar
símbolos: ya no lo puede representar, por ejemplo, Simón Bolívar sino Boves, y
sus ejércitos en consecuencia ya no se mueven por la moral sino por la plata.
Y esa es tu energía. Es lo que
proyectas. Por eso no votaron por ti ni los mismos chavistas. Todo el que se te
acerca lo hace con interés porque sabe que “eso es lo que hay”.
La mística aquella que conociste en
tus inicios en la televisión, se te acabó desde el día que decidiste venderle
el alma al diablo. Todo quedó sepultado bajo el billete. Lo que luchaste por
conseguir, eso que era digno, verdadero, lo tiraste por la ventana.
Siempre tendrás a la mano unas buenas
excusas para defenderte en Twitter, y si no, puedes pedirle consejo a los
manipuladores de oficio como Jorge Rodríguez, que sabrán mantenerte ciego ante
esta que es tu única verdad. Tu mente tal vez inventará otras maneras de
justificarte mientras dure la frágil lealtad que compra el dinero. Pero una vez
que despiertes de la orgía fantasiosa que te brinda hoy el poder, a lo mejor
querrás aislarte por un tiempo, hasta que un día sientas de nuevo, quizás ya
viejo, la necesidad de recibir otra vez amor genuino, cariño sincero de esa
gente que una vez te vió por televisión y que te apreció genuinamente.
Lamentablemente, para ese entonces ya
no tendrás amigos y tal vez ni siquiera aliados, pues los amigos de verdad te
habrán dicho las cosas como son y desafortunadamente los demás te habrán visto
las costuras. En qué momento perdiste los valores, Winston, yo no sé. Lo que sí
sé es que es imposible reparar eso que a uno se le rompe en el alma cuando uno
se traiciona a sí mismo. Eso es muy doloroso y trágico: los filósofos lo llaman
el dilema del asno*, obligado a soportar una carga que ya no puede
llevar ni arrojar.
Alfredo Sánchez
* El Asno de Buridan se jactaba de tomar todas sus decisiones desde un profundo análisis racional. Un día, teniendo mucha hambre, se encontró ante un dilema. En el establo donde vivía, el granjero había dejado dos montones de heno. Nuestro asno comenzó con su análisis racional para decidir por cuál de los dos montones empezar a comer. Pero, los dos parecían iguales: pesaban lo mismo, tenían el heno igual de fresco y estaban formados por trigo, avena y cebada en la misma proporción. ¿Cuál elegir? El asno pensó y pensó y, al no tener ninguna razón para elegir uno u otro, no pudo elegir ninguno y murió de hambre.
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