En la cumbre de las Américas
Dos ganadores y un perdedor
Por Joaquín Roy
En esta columna Joaquín Roy, catedrático de relaciones internacionales y
director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami, sostiene
que en la reciente Cumbre de las Américas el presidente estadounidense se ganó
un lugar en la historia al dar los primeros pasos para corregir una política de
más de medio siglo que había fallado en su objetivo fundamental: el fin del
régimen castrista. El otro ganador fue el presidente cubano Raúl Castro al
aceptar sabiamente el reto que le presentaba Obama, mientras Nicolás Maduro,
presidente de Venezuela, fracasó en su intento lograr una condena contra Obama.
El presidente de Estados Unidos,
Barack Obama, se ha ganado un lugar en la historia al haber iniciado los
primeros pasos para corregir una política de más de medio siglo que había
fallado en su objetivo fundamental: el fin del régimen castrista.
En la VII Cumbre de las Américas
(Panamá, 10-11 de abril), dejando de lado una sinuosa negociación con su
antagonista cubano y un imposible consenso con sus opositores interiores, Obama
se lanzó a una oferta sin condiciones. Sabía o intuía que su contraparte cubana
no tendría más remedio que asentir.
El régimen cubano está llegando al
borde de quedar exhausto económicamente y bajo la presión sutil de una
población que ya lo ha aguantado todo. Los signos de debilitamiento de su
protector venezolano, con el que intercambiaba favores sociales (educación y
salud) por petróleo subsidiado, se cernían como un huracán caribeño sobre el régimen
de Raúl Castro. En lugar de haber favorecido la caída de la fruta madura, Obama
optó por lo insólito: favorecer su supervivencia.
Obama está apostando por la
estabilidad del régimen cubano, como mal menor a la producción de una explosión
interior, enfrentamientos entre sectores irreconciliables y la imposición de
una solución militar más rígida que el control actual. Washington sabe que
solamente las fuerzas armadas cubanas podrían garantizar el orden. Lo último
que el Pentágono anhela es ejercer ese dudoso papel.
De ahí que entre el apuntalamiento del régimen con Raúl Castro y su dudosa transformación instantánea, se haya optado por el pragmatismo que desemboque en las plenas relaciones diplomáticas y el futuro levantamiento del embargo.
Raúl Castro, corrigiendo la repetida exigencia del final del embargo, como condición de cualquier negociación, sabiamente ha aceptado el reto. Se ha contentado con el premio de consolación de recordar la historia (por otra parte, lamentable) de la política de Estados Unidos hacia Cuba, en su discurso de casi una hora en la Cumbre.
Pero, como suavización, le regaló a Obama el reconocimiento de la ausencia de culpa de alguien que no había nacido con el triunfo de la Revolución Cubana. Castro ha contribuido de forma decisiva al triunfo de Obama.
Maduro ha surgido de este episodio de las relaciones interamericanas como neto perdedor. La clave de su fracaso se basa en no haber calculado sus limitaciones y haber infravalorado los recursos de sus colegas. Inicialmente explotó lógicamente el error de Obama al producir el decreto declarando a Venezuela como una “amenaza” y consecuentemente imponiendo sanciones contra siete funcionarios de Caracas.
De ahí que entre el apuntalamiento del régimen con Raúl Castro y su dudosa transformación instantánea, se haya optado por el pragmatismo que desemboque en las plenas relaciones diplomáticas y el futuro levantamiento del embargo.
Raúl Castro, corrigiendo la repetida exigencia del final del embargo, como condición de cualquier negociación, sabiamente ha aceptado el reto. Se ha contentado con el premio de consolación de recordar la historia (por otra parte, lamentable) de la política de Estados Unidos hacia Cuba, en su discurso de casi una hora en la Cumbre.
Pero, como suavización, le regaló a Obama el reconocimiento de la ausencia de culpa de alguien que no había nacido con el triunfo de la Revolución Cubana. Castro ha contribuido de forma decisiva al triunfo de Obama.
Maduro ha surgido de este episodio de las relaciones interamericanas como neto perdedor. La clave de su fracaso se basa en no haber calculado sus limitaciones y haber infravalorado los recursos de sus colegas. Inicialmente explotó lógicamente el error de Obama al producir el decreto declarando a Venezuela como una “amenaza” y consecuentemente imponiendo sanciones contra siete funcionarios de Caracas.
Numerosos gobiernos y analistas
criticaron el uso de ese lenguaje. Ya en el contexto de la Cumbre el presidente
estadounidense rectificó y reconoció que Venezuela no representaba tal amenaza
para su país
La debilidad de la actuación de
Maduro en la Cumbre se debe a una combinación de circunstancias de su propio
interior, la reacción de importantes actores externos (significativamente
ajenos a Estados Unidos), la débil colaboración de muchos de sus tradicionales
aliados o simpatizantes en América Latina, y la ausencia de un apoyo
incondicionado de Cuba.
Obsérvese que en ese escenario apenas
hizo presencia Estados Unidos, aunque hay que destacar el intento de suavizar
la conducta alterada de Maduro por parte del asesor especial de Obama, Thomas
Shannon, quien departió con el presidente venezolanpero
también de Europa.
Una veintena de expresidentes
latinoamericanos redactaron un documento de protesta que presentaron en el
marco de la Cumbre. Aunque esos exmandatarios pueden ser considerados
conservadores y liberales, se les unió, además del expresidente conservador español
José María Aznar (objeto notorio de los ataques de Hugo Chávez y luego del
propio Maduro), el expresidente socialista español Felipe González, quien se
ofreció a actuar como abogado defensor de Antonio Ledezma, alcalde de Caracas,
uno de los apresados por el régimen venezolano.
El intento de Maduro de lograr la
inserción en el comunicado final de la Cumbre de una condena al decreto de
Estados Unidos fue otra de sus derrotas. El resultado fue que la Cumbre no tuvo
tal comunicado oficial, por la falta de consenso, a pesar de haberse intentado
también la eliminación de la mención directa contra Estados Unidos.
Sus partidarios en América Latina, a
pesar de la locuacidad de sus socios y protegidos en la Alianza Bolivariana
para los Pueblos de Nuestra América (Alba), se han revelado como prudentes en
enfrentarse de forma notoria a Washington. Igual puede decirse de los países
caribeños, temerosos del descenso del suministro de petróleo venezolano con el
bendito subsidio. De ahí la petición de trato de favor a Obama durante el
cónclave de la Comunidad del Caribe (Caricom) en Jamaica.
Pero su mayor
derrota ha sido no haber intuido que Raúl Castro tendría que elegir entre la
temida disminución del crudo venezolano barato y el reacomodo con Washington.
Se ignora cómo Cuba podrá continuar el suministro de la contrapartida de
maestros y personal sanitario cubano a Venezuela, que ha sido hasta ahora la
joya de la corona de la alianza de La Habana con Caracas en el entramado del Alba.
Editado por Pablo Piacentini
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