miércoles, 1 de junio de 2016

GASTRONOMÌA: ¿RESTAURANT ALVAREZ? Pintoresco restaurant

Veroes a Jesuitas al Nº 29,
¿RESTAURANT ALVAREZ?
Resultado de imagen para fotos restaurant Alvarez de Beroes a Jesuitas
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Pintoresco restaurant

Hay restaurantes a los que siempre recuerdas a lo largo de toda tu vida. Por supuesto, esta grata e imborrable marca que cargas a cuestas, tiene mucho que ver con numerosos factores: uno, con los sabores y aromas de sus platos que no se te olvidan nunca; otro, con el trato cercano y muy atento hacia los clientes, que te dispensaron sus maîtres, mesoneros y dueños; más aún, algo muy importante, con los precios solidarios que solías pagar y que estaban al alcance de tu bolsillo; y por encima de todo esto, con los individuos que allí encontraste, conociste y pasaron a formar  parte del mundo de tus relaciones profesionales, de tus amistades y en muchos casos de tus valores. Tal vez tú mismo los llevaste en camaradería o quizás se tropezaron contigo, por puro caso. A esto se le llama humanidad, algo esencial, valga la redundancia, para los seres humanos: el intercambio con personas que tienen tú mismo modo de ver la vida y valorar las cosas que tu amas y las otras por las que sientes algún afecto.
Si hemos tenido en Caracas un restaurante que respondiera a estas características, este fue el “Restaurante Álvarez” situado de Veroes a Jesuitas, al número 29 del Boulevard del Panteón. Un local frecuentado por la más amplia variedad de clientes: políticos importantes, congresistas,  periodistas en busca de información, diplomáticos, hombres de negocios, profesionales de todas las especialidades, profesores de educación superior y maestros de escuelas, vendedores de seguros que ejercían su labor en el bar, propietarios de caballos en el hipódromo, hockeys, caballericeros, prestamistas usureros y hasta vendedores ambulantes. Toda una sociedad que intercambiaba sus opiniones en una especie de club social conformado por su clientela habitual. Se sentía calor humano, trato cercano y muy atento con los habitué.  Era el sitio ideal para repetir el agrado de visitarlo, una y otra vez, casi como decir todos los días.
 Los dueños del Álvarez eran dos hermanos procedentes de España: Alberto, quien fungía de maître y el otro muy poco conocido. Dos bar-tenders: Ezequiel y Juan Manuel, también españoles, muchos mesoneros de grata recordación: Agustín, Pedro, Manuel, en fin, como no recordar a tantas gentes de nuestro afecto. Todo el personal lucía uniforme: chaqueta y camisas blancas, corbatas de lacito negro y pantalón del mismo color. Las mesas vestían manteles de algodón, servilletas de tela dobladas en artístico lazo, platos de porcelana, vasos de vidrio y cubiertos de metal. Una jarra de agua mineral con hielo. El conjunto de embaces con vinagre, aceite, sal y pimienta. No había material desechable. Pero, a todas estas, la figura esencial y de más grata recordación, era el jefe de cocina, a quien llamaban “El Chivo” originario de Barquisimeto. Este maestro chef se formó con los mejores cocineros franceses que llegaron a Caracas en la oleada que siguió a la Segunda Guerra Mundial –una vez me contó que montó su primera olla cuando tenía 15 años de edad, bajo la supervisión de un gran maestro francés- él aprendió a preparar los más esquisitos platos de la cocina  francesa y en una especie de transculturización los integró a la cocina venezolana, de la cual era un verdadero maestro.
El Álvarez era un restaurante a todo dar, que disponía de un menú a la carta con más de cincuenta platos, entre los cuales el más caro era la Langosta a la Thermidor, servida sobre una cama de ensalada verde fresca, acompañada de un buqué de finas hiervas, a un costo de Bs. 8; al extremo opuesto, el más barato: el consomé con huevo a Bs. 1,50. Por otra parte, un cubierto económico a Bs 5, con una entrada, a título de ejemplo: (sopa de cebollas a la francesa), un segundo plato (parguito frito) con dos contornos (papas fritas y arroz) y un postre (flan de chocolate). Ambos menús tenían un recargo del 10% por concepto de servicio, pero se ofrecía una cesta de pan y mantequilla que no se cobraba. Estaban a la vista dos cartas de bebidas, a saber: Una lista de vinos –en esa época todos importados, de España, Francia, Italia, Alemania (nadie pedía vinos chilenos, se consideraban baratos pero de baja calidad) y pare de contar. La otra carta se refería a todo tipo de bebidas, espiritosas y no-alcohólicas, en especial a una amplia gama de batidos de frutas. Y una especialidad de la casa: Sangría española, con arándanos, moras y fresas, jarabe de frambuesa, dados de piña, mango y patilla. Una jarra de dos litros, preparada con buen vino tinto español, a Bs. 6. Fría y deliciosa.

4 comentarios:

  1. Tengo en mi poder el Menu del Restaurant Alvares, mi restaurant ya que era funcionario del Banco Caracas,donde pase los mejores ratos con buenos compañeros y amigos donde además de degustar sus maravillosas comidas , jugabamos en la nocehe dominó y recuerdo perfectamente a mis amigoa Jose Manuel y Alberto, grandes señores

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  2. Enhorabuena. Excelente crónica. Gracias por ella (a 3 años de su publicación).
    También (como el amigo que comenta) tengo una copia del menú del Álvarez. Vo a tratar de que le llegue por su Gmail.
    Gracias de nuevo.

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  3. Allí se comía la mejor sopa de ajo. Exquisita!!!

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  4. Soy hija de José Manuel, con el que Luis Alfredo jugaba al dominó. Pasé gran parte de mi infancia en el Álvarez.
    No pueden imaginar la alegría que me he llevado al leer sus opiniones y sus buenos recuerdos y cuánto les agradezco a Iván, el cronista, en primer lugar, pero también al otro Iván, a Luis Alfredo y al "unknown" que hayan escrito sus opiniones.
    Mi padre y Alberto ya no pueden leerlas, pero se habrían sentido muy orgullosos.
    Muchas gracias.

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