sábado, 18 de octubre de 2014

OPINIÓN: ¿Quiénes son los periodistas?

El País
¿Quiénes son los periodistas?
El periodista pasa gran parte de su vida profesional cerca del político, por lo que puede llegar a creerse uno de ellos
MIGUEL ÁNGEL BASTENIER 17 OCT 2014 - 23:20 CEST
En una ocasión traté de definir qué era eso de ser periodista y llegué a la conclusión de que eran, éramos, una suma de todo lo que no somos. El periodista no es propiamente hablando escritor o novelista, aunque en su trabajo sea susceptible de adentrarse en lo literario; tampoco es un sociólogo, pero no cabe duda de que en su producción hay elementos intuidos o académicos que proceden de la sociología; sería mucho decir que es un historiador pero las hemerotecas son constantemente visitadas por los historiadores, porque de ellas extraen un mineral para refinar, comentar, interpretar; y lo más grave de todo es que no siendo un político, sino el gran censor de la cosa pública, el periodista pasa gran parte de su vida profesional en su peligrosa cercanía, por lo que puede llegar a creerse uno de ellos, con las ínfulas de redentorismo que cabe que entrañe, lo que es mortal de necesidad para el ejercicio de la profesión. Luego, el periodista es la suma de todas esas cosas que no es. Y esa suma de peculiaridades explica por qué ni en Europa ni Estados Unidos se exija un diploma universitario —aunque yo prefiero tenerlo— para el desempeño del periodismo. Es periodista el que se gana la vida como tal y nadie más.
Todo lo anterior me parece relevante en tiempos en que se han difuminado de manera equívoca los perfiles de nuestra profesionalidad. Para empezar, están las confusiones más o menos espontáneas en las que América Latina es pionera y a las que España se está apuntando. Hablo de ese quantum x que en las facultades llaman “comunicador social”, y que nadie hasta la fecha ha logrado explicarme en qué consiste. Pero con más abolengo existe en el mundo de habla española otro gran embolado conocido como “periodista institucional”. Si puede decirse que el comunicador social mora en las vecindades de la práctica periodística, el periodista institucional es ya la cuadratura del círculo: en Europa se puede ser institucional, es decir, jefe o encargado de prensa de alguna entidad pública, ocupación tan respetable como la que más, o periodista, pero no ambas cosas a la vez. Un responsable de información de un ministerio o cualquier otra entidad gubernamental no tiene por misión informar a la Prensa, sino atender a las necesidades y objetivos de su jefe, lo que está frecuentemente reñido con el ejercicio de la profesión. El periodista colombiano Javier Darío Restrepo, recientemente galardonado con el premio a la excelencia periodística de la FNPI de Cartagena —la fundación de Gabriel García Márquez— decía hace unas semanas que el informador de quien tiene que desconfiar por encima de todo es de las fuentes oficiales. Ni siquiera es preciso que esas fuentes mientan, sino que basta con que den una versión interesada, incompleta, edulcorada de las cosas para que la labor del jefe de prensa no sea periodismo.
Si nos trasladamos al ámbito de la empresa privada nos encontramos con un proyecto de neologismo que se suele emplear, cada vez con mayor frecuencia en España, directamente en inglés para designar parecida función: community manager. Y aquí ya no puede caber duda si las hubiera, el responsable de ese flujo digamos informativo, se debe única y exclusivamente a los intereses de la empresa para la que trabaja, de forma que su tarea es cada día más parecida a la de un simple jefe de publicidad. Ni los Gobiernos, ni las empresas han convocado jamás una conferencia de prensa para dar una noticia, o mejor, su intención primera no ha sido nunca esa, sino la de anticiparse a una versión menos favorable de lo acontecido que esté próxima a surgir, presentar de la manera más decorativa posible el desarrollo de que se trate, o trompetear grandes éxitos aerodinámicos. Y que no se me malinterprete, esos trabajadores de la comunicación, que es como habría que llamarlos, pueden hacer su trabajo honradamente y no mentir, pero eso no es periodismo.
Pero cuando la confusión se adentra en el caos es con determinada utilización de las redes sociales, e inventos contemporáneos como el llamado “periodismo comunitario”. Vaya por delante que en las redes sociales se puede hacer buen periodismo, que aficionados y voluntarios pueden facilitar informaciones valiosas, hasta superar en ocasiones el trabajo de los profesionales oficialmente habilitados para ello, pero ¿dónde está la garantía, la confirmación indiscutible de la mayor parte de lo que nos llega por esos medios? Por esta razón, las redes sociales a lo que se dedican mayormente es a la comunicación, no a la información, que solo puede darnos una marca que reconozcamos como fiable, la del periódico, impreso o digital, que se atiene a unos códigos profesionales que no son obligados en las redes. Se ha dicho que los periódicos, muchos de ellos, tienen unas vinculaciones económicas que no les consienten una verdadera independencia, mientras que los comunicadores son libres como el aire que respiran, y por ello de mayor confianza. A veces, sí, y otras, no tanto. Pero el principio esencial aquí es el de que el lector siempre tiene razón; si prefiere la comunicación a la información tiene todo el derecho del mundo a obrar así. Yo solo digo que entre la falta de aval conocido de lo que leo en las redes y la información refrendada por una marca de periódico, de la que pueda fiarme, me decantaré siempre por esta última. Pero eso no implica que cierre la puerta a los francotiradores de las redes.
Periodista es tan solo, en definitiva, el que se gana la vida como periodista, con o sin carnet, normalmente a tiempo completo. Con eso no se es ni más ni menos que cualquier otro profesional, ni mucho menos tenemos ganado el cielo porque el lector hará la selección de lecturas que mejor le convenga, y será muy dueño de preferir a comunicadores no “contaminados” por intereses espúreos. 
Pero esos no son periodistas

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