Liberación Nacional y No-Reelección (92)
Un fracaso llamado Venezuela (III):
la plaga del caudillismo militar
Jesús Antonio Petit da Costa
En dos siglos
de vida republicana apenas hemos tenido cuarenta años de democracia aunque
imperfecta (1959-1999), no obstante que las 26 constituciones promulgadas la
han consagrado como sistema político. Y como un castigo por haber tenido por
excepción esta democracia tan corta, la ha seguido la peor tiranía militar, en
la cual a la tradicional barbarie se le ha agregado la traición a la patria con
la cesión graciosa de la soberanía a Cuba, un acto ruin que nos avergonzará
para siempre por haberlo permitido sin hacer nada para impedirlo. El acto
infame con el cual hemos perdido la República es la conclusión lógica de la
postración institucional causada por la plaga del caudillismo militar, una
enfermedad epidémica, contagiosa y maligna.
Entre
nosotros el uniforme militar identifica al caudillo. Todo caudillo que se
precie de tal debe ostentar uniforme militar. Por este motivo todos los
políticos civiles vistieron uniforme militar desde 1811 hasta 1941. Eran políticos
uniformados o políticos militares que convirtieron a la presidencia de la
República en cargo militar. Esta tradición comenzó con Bolívar, un civil
mantuano de los más ricos de Caracas, que concluida la guerra de independencia
no se quitó el uniforme sino lo ostentó consagrándolo como el traje
presidencial, a diferencia de Washington quien hizo lo contrario: se quitó el
uniforme y se puso el traje civil reconociendo que la presidencia es un cargo
civil. A partir de allí se extendió la plaga del caudillismo militar. Todos con
uniforme de gala: Páez, un peón de hato; Soublette,
otro mantuano; los hermanos Monagas, ganaderos de los llanos orientales;
Falcón, un bachiller; Guzmán, un joven de la alta sociedad, hijo
de político; Crespo, hombre de campo; Andrade, militar por
herencia pero no de academia; Castro, un seminarista y dependiente de
comercio; Gómez, un hacendado; y López, un bachiller. Ninguno era
militar profesional. Se pusieron el uniforme para guerrear y después no se lo
quitaron porque era el traje del poder. Sin el uniforme no eran poder. Con el
uniforme eran, no sólo poder, sino poder absoluto.
Fueron
civiles los que identificaron la autoridad con el uniforme y convirtieron a la
presidencia de la República en grado militar. Una aberración política que
explica el que Antonio Guzmán Blanco, un abogado egresado de la UCV con
el título de Doctor en Derecho Civil, haya optado por preferir que se le
llamara General y así se le conozca en la historia, omitiendo su título
universitario. Fueron civiles los que crearon el culto al uniforme,
disfrazándose de militar y manteniendo el disfraz para toda la vida.
A la
identificación de la presidencia con el uniforme militar, y a éste como el
traje del déspota, se debió que el único modo de cambiar de gobierno era
alzarse en armas, la vía segura para que el civil alzado se pudiera vestir de
militar. Para evitar que le sucediera lo mismo que a todos sus antecesores,
Gómez inventó la FAN, un cuerpo profesional con monopolio de las armas. Por
esta circunstancia hubo un cambio político sin duda: desaparecieron los
políticos civiles que se vestían de militares (o sea, los políticos militares)
y aparecieron los militares que hacen política considerando a la presidencia de
la República como cargo militar y el de Comandante en Jefe como máximo grado
militar, reservado por tanto a militares (o sea, los militares políticos). Los
golpes de 1945, 1948, 1952, 1962, 1992 y 1999 demuestran que la plaga del
caudillismo propagada por los políticos militares ha mutado en la plaga de los
militares políticos. Y esta mutación se ha tornado agresiva. Para castigarnos
por haber osado tener una democracia bajo presidencia civil los militares
políticos han derrumbado todos los muros de contención al militarismo: la
presidencia de la República es ahora un cargo militar que se ejerce con el
grado de Comandante en Jefe, uniforme y distintivos propios; al presidente
difunto se le llama Comandante Supremo en lugar de Presidente
Supremo, poniendo el grado militar por encima del máximo cargo republicano;
y la FAN, convertida en partido político armado, proclama su ideología: “patria
socialista o muerte.”
Por su agresividad el militarismo extremo ha cometido el error de tomar
partido por una ideología política y por ella ceder la soberanía a Cuba. En este error está su debilidad. Y la oportunidad para los militares que
quieran salvar a la FAN, salvándose ellos mismos en dos pasos: liberar a
Venezuela de Cuba y despolitizar a la FAN, dados los cuales los civiles nos
encargaremos de desmilitarizar la presidencia de la República.
La historia
enseña que de debajo de las piedras saldrá.
@petitdacosta
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