¿Un país en
quiebra?
Manel Martínez, exconcejal
socialista de Viladecavalls, está pasando las Navidades en Venezuela, la patria
de su esposa. Cuenta para EL ESPAÑOL la miseria que ha encontrado: violencia,
hambre, desabastecimiento, cortes de agua y colas interminables. Transcribimos
su historia en primera persona.
¿El Español?
Es 21 de diciembre y estamos en el aeropuerto de
Barcelona. Mi mujer, mi hija y yo partimos hacia Venezuela, donde pasaremos las
navidades. Para mí será el sexto viaje a la patria de mi esposa. Para mi hija,
que cumple 4 años en enero, será el cuarto.
Lo
primero que nos preocupa es el peso excesivo de la maleta. Llevamos dos y cada
una pesa más de 20 kilos, además de las dos que llevamos de mano. Pero casi no
llevamos ropa. Se debe a la cantidad de encargos que nos ha hecho la familia de
mi mujer. La escasez en Venezuela es terrible. El problema de desabastecimiento
es tan grande que nos piden artículos de primera necesidad. Harina, azúcar,
café, arroz, aceite… pan. Nos piden algo tan esencial como el pan. También le
llevo a mi suegro dos botellas de whisky, porque allí el precio es prohibitivo.
El
socialismo ha sido parte de mi educación desde que era pequeño. Me llamo Manel
Martínez y soy hijo de un exconcejal socialista. Milité en las juventudes del
partido y me convertí en primer secretario del grupo local de mi pueblo,
Viladecavalls (Barcelona). Fui edil durante un mandato y 8 años miembro de la
ejecutiva local. De hecho sigo siendo militante. Pero lo de aquí no tiene nada
que ver con el socialismo que a mí me enseñaron. Esto no es socialismo; es una
vergüenza.
Problemas nada más llegar
Los
problemas empiezan nada más llegar. El vuelo llega tarde al aeropuerto de
Maqueitía y ningún chófer contempla la idea de hacerse tan tarde los 30
kilómetros de trayecto hasta Caracas, la capital. “Demasiado peligroso”, nos
dicen. Habíamos hecho una reserva en un hotel próximo al aeropuerto, pero
llegamos y nos dicen que la han extraviado. La recepcionista se compromete a
buscarnos un hotel cerca, “pero ni se les ocurra ir a Caracas a estas horas”,
advierte. Es la ciudad con mayor número de crímenes del mundo, y la
complicada situación actual lo vuelve todo mucho más peligroso.
Al final
nos consiguen una habitación en un hotel que nos cuesta el doble. Casi 170
euros. Todo sea por la seguridad. El taxista que nos lleva es boliviano y nos
jura que está contando los días para jubilarse y largarse del país. Ser taxista
es casi imposible porque no hay recambios para las piezas del coche. En
realidad no hay prácticamente nada.
Colas de 200 personas
Llegamos a
Caracas al día siguiente, a las 7 de la mañana. Mis suegros viven en el barrio
de la Urbina, una zona residencial a las faldas de una montaña. Sólo una
autopista separa ese sector de Petare, uno de los barrios más peligrosos del
mundo. Nos disponemos a ir a Plan Suárez, uno de los supermercados más grandes
del país. A las 7 de la mañana ya hay unas 200 personas haciendo cola.
Decidimos entonces que es mejor que vayamos a comprar a un pequeños
supermercado del barrio. Allí la cola es más pequeña. Sólo tenemos que esperar que nos toque
nuestro turno después de 50 personas.
Al llegar
a casa de mis suegros, lo que de verdad me pone la piel de gallina, mucho más
que el recibimiento, es ver la cara de emoción que ponen nuestros familiares al
ver lo que traemos en la maleta. Aunque sólo sea harina, aceite y azúcar, son
productos inaccesibles para ellos. Y eso que son clase media y viven en un
condominio. No me quiero imaginar cómo estarán pasando las Navidades las
personas pobres.
Ni agua ni petróleo
Es 23 de
diciembre, la fecha en la que empiezan los cortes de agua. Por si fuera poco
desabastecimiento, ahora escasea el bien más preciado. Es curioso, porque
Venezuela es un país tropical y llueve casi a diario, pero el agua se pierde
porque no hay presas suficientes.
Esta misma
paradoja se repite con el petróleo. Venezuela es pobre porque sólo tiene
petróleo. Con el que hay, debería ser suficiente para que mejorase la economía
del país, pero aquí no se ve el petróleo por ningún lado. El gobierno ha
expropiado empresas, luego las ha echado a perder por la mala gestión y las ha
acabado dejando morir. Esto deriva en que las calles están ‘hechas un Cristo’, con unos socavones enormes. Los hospitales
parecen los de España hace 50 años y el transporte público no pasaría la ITV ni
sobornando al hijo de Pujol. Comparo mentalmente la situación de Venezuela con
la de otras naciones exportadoras de petróleo, como los países árabes y yo qué
sé… Por mucha diferencia social que haya allí, al menos allí hay lujo. Aquí ni eso.
Los cortes de
agua duran entre el jueves y el domingo. Los depósitos de agua de los edificios
te conceden tres horas de agua. Casi insuficiente para asearnos y lavar
platos. En casa somos seis: nosotros tres, mis suegros y mi cuñada la menor.
Cada mañana hay carreras para poder ducharnos. Pero eso no es lo peor. Para
orinar aún te apañas. Pero si son necesidades mayores ya tienes un problema.
Cuando uno viaja a otro país suele tener problemas gastrointestinales durante
unos días. O diarreas o estreñimiento. Yo estoy con esto último y las estoy
‘pasando putas’, porque en las horas que hay agua no puedo hacer de vientre.
Deshacernos de los billetes
Nos vamos
a comer a un centro comercial en el que trabaja mi otra cuñada como odontóloga.
Paramos en un restaurante de comida rápida y no podemos tomar café porque no
hay. Tampoco azúcar para el zumo de mi hija, que de repente tiene una urgencia
y tiene que ir al lavabo. Sorpresa: allí tampoco hay agua. Los cortes son
generalizados en todo el país, no sólo en las casas. Es una gran putada para
una sociedad que hace mucha vida en los centros comerciales, ya que son
algunos de los pocos puntos seguros que existen en Caracas, si es que hay
algún sitio seguro en esta ciudad.
Si hemos
venido aquí no es para hacernos las uñas, sino para deshacernos de los billetes
de 100 bolívares que tenemos. Es el que más valor tiene en Venezuela y lo
van a retirar el día 31. Dicen que los van a sustituir por otros de 5.000 y de
20.000 bolívares: Maduro ha salido en la tele diciendo que esos billetes ya han
llegado al país, pero aquí los llaman Bin Laden porque nadie los ha visto.
Queremos
aprovechar para comprar pan, que sale a las 4 de la tarde. Tenemos 30 personas
antes que nosotros. Cuando nos toca, el pan se ha acabado. El señor de delante
se lleva las dos últimas barras a un precio de 15,000 bolívares, algo menos de
7 euros. Como digo, el salario mínimo de Venezuela no llega a 30.000. Comprar
cuatro barras de pan supone gastarse todo el sueldo de un mes entero.
Lo del
cambio de divisas también es curioso. El cambio real, 1 euro son 2.700
bolívares. Yo logré incluso cambiarlo a 2.800 en el mercado negro. Sin embargo,
si vas a cambiar en una casa oficial te lo tasan a 6 bolívares el euro. Todo
eso es dinero que se pierde.
Nochebuena en la basura
Hoy es
Nochebuena y hemos salido temprano para ir al mercadillo de La Urbina. Por el
camino vemos montones de basura acumulados por todas partes. No hay
contenedores, por lo que las enormes bolsas se depositan directamente en el
suelo de la calle. Casi todas están rotas y escarbadas porque, ya no es que la
gente rebusque en las basuras; es que directamente comen allí. Los venezolanos
están pasando muchísima hambre.
Llegamos
al mercadillo que en sus buenos tiempos tuvo más de treinta paradas. Ahora
apenas llega a las diez. Entre ellas encontramos a un comerciante que vende
azúcar a granel. No sabemos de dónde lo ha podido sacar, pero no hay que
desaprovechar esa ocasión. Al precio que sea. Pueden pasar semanas hasta que
vuelva a haber azúcar en algún lado
Las veces
que salimos al exterior, casi no bajamos del coche y lo hacemos para ir a bachaquear. Eso es, ir a comprar al mercado
negro. Mi cuñada nos va enviando una serie de mensajes para indicarnos un lugar
donde podemos conseguir alimentos de primera necesidad de forma clandestina.
Nos da la dirección de un aparcamiento subterráneo y cuando llegamos paramos
frente a un 4×4. Un joven de 25 años abre el maletero, que está lleno de aceite
vegetal, leche y harina. El chico está bien vestido y tiene un buen coche. La
gente que comercia en el mercado negro es la que más se está aprovechando de
esta situación de necesidad.
Si defiendes esto, eres cómplice
Nuestro
presidio entre las rejas de La Urbina se acabará en fin de año. Nos vamos a
otra ciudad a pasar la Nochevieja. Tal vez la situación no sea tan crítica como
en la capital, pero tampoco nos vamos a encontrar un panorama optimista. Me
hierve la sangre. A mí Venezuela me tiene robado el corazón, pero este gobierno
se está cargando el país. Es una vergüenza su gestión, como lo es que haya
gente en España que defienda a Chávez o a Maduro, sin haber pasado ni 5 minutos
aquí. No han sufrido el hambre, las colas, los asaltos, la violencia o la falta
de agua.
Venezuela
es un país que, por recursos, tendría que estar en un lugar privilegiado. Pero
la gestión tan catastrófica que están sufriendo los habitantes ha supuesto la
ruina. En los últimos 3 años, el gobierno venezolano ha elevado la inflación al
2,940%. Y no es sólo una cuestión de dinero. Es curioso porque aquí el problema
no es tanto el dinero, sino que no haya cosas que comprar.
Yo soy
socialista, pero esto no es socialismo. Esto es una dictadura encubierta, con
presos políticos, justicia manipulada y violencia permitida. Si quieres
sobrevivir necesitas seguro privado. La educación y el transporte público son
un desastre. Pero luego ves a gente como Monedero, Vestrynge, Iglesias o Garzón
que la defiende. Eso les convierte en cómplices de lo que está pasando.
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